EL JUEZ instructor Baltasar Garzón siempre soñó con ser un galán de cine a la vieja usanza, en blanco y negro. “Escuchando a Garzón”, según Isabel Coixet, da la impresión de que no es más que un hombre solo. Tremendamente solo. Y, sobre todo, resentido. Como buen carpetovetónico, no se arrepiente de nada. No se explica por qué le sucede esto al hombre que veía amanecer. Lo seguí durante la campaña electoral del 93 cuando secundó en la lista a Felipe González, tras ser engatusado por José Bono. Su contribución a las urnas se resume en esta frase: “les vamos a dar [a la derecha] un meneo que se van a enterar”. Ustedes saben el resto.
Bien, pues ahora el Gobierno, constituido en una agencia de colocación ha intentado enviarlo a Colombia como asesor del presidente Santos Calderón, pagándole España –o sea, nosotros- el sueldo y las dietas. Agustín Conde, el senador popular que mejora políticamente con el paso del tiempo, estuvo cumbre al pedir explicaciones en la Cámara Alta a la ministra de Asuntos Exteriores. Es difícil entender a un Gobierno que camina hacia los 5 millones de parados reconvertido en un Inem exclusivo para buscar acomodo a un juez suspendido por cohecho y prevaricación ¿Qué interés oculto existe -alegó Conde- en quedar bien con un magistrado que dejó aparcado el sumario de los GAL para ir en las listas del PSOE, el que empezó el caso del lino (luego archivado), el que cazaba con el jefe policial que investigaba al PP y el que intentó dar carpetazo al Caso Faisán?
La ministra Trinidad Jiménez no admitió que las gestiones fracasaran inmediatamente en cuanto la propuesta llegó al presidente y al ministro de Justicia colombianos. Allí tampoco le quieren. Escuchando a Conde, el juez suspendido en España “parece felizmente colocado en la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional, aunque no me extrañaría” –precisó socarronamente- “que se hubiesen hartado de él allí”. ¿Tanto valen sus secretos?