Una amable lectora de ABC en Castilla-La Mancha envía una carta para pedirme que recupere, reedite y reelabore un artículo de hace mucho tiempo -quizás, demasiado- sobre la fiesta de los Reyes Magos. Después de escribir tanto de política y de tecnologías no lo recordaba. Presumiblemente, se trata de esta bahía casi polvorienta y ocre, oxidada por el paso de las horas y guardada en las entrañas del propio correo electrónico. Aprovechando que el laicismo que nos invade -entiéndase anticlericalismo- no ha ganado aún la batalla definitiva y antes de que detengan a los Reyes Magos por no haber pasado al ITV de los camellos, un suponer, recreemos el espíritu de la Navidad. La investigación sobre la mirra, la contaba, más o menos, de esta manera.
«Habiendo nacido Jesús, en Belén, durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de Oriente guiados por una estrella… hallaron al niño con María, su madre; se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres le ofrecieron oro, incienso y mirra».
Sí, todos sabemos qué es el oro. Ese noble metal que acostumbramos a relacionar con la riqueza y el poder. De ahí que al Hijo de Dios se le conozca como el Rey de Reyes. Y también conocemos el incienso, esa resina olorosa que se quema en ceremonias religiosas. Pero se han preguntado ¿qué es la mirra? Pues un arbusto que crece en Somalia, Abisinia, Nubia y Arabia. Para obtener la mirra pura se realizan incisiones en la corteza de la planta y de estas heridas fluye en forma de lágrima una sustancia rojiza, traslúcida y brillante.
En la antigüedad era considerada como un material precioso y usada en inciensos, perfumes, ungüentos y medicinas. La mirra servía para hacer ofrendas en cultos, sacrificios y embalsamamientos. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del hombre convirtiéndose en bálsamo para el género humano. ¿No es Jesús, precisamente, bálsamo para los creyentes?
La mirra capta, además, directamente la energía del sol; por eso, ayuda a rejuvenecer la piel y sana las heridas; el aceite esencial de mirra es de naturaleza calentadora y secante, prolonga la vida, es útil en catarros, reumas, ronqueras, cura las úlceras, quita la halitosis, alivia las hemorroides, corrige los gases y abre el apetito. Los egipcios la usaban en sus rituales de adoración al sol. Por cierto, no debe utilizarse durante el embarazo.
Cuenta la leyenda que en una hornacina que se venera en la iglesia parroquial de Ledesma (Salamanca) -yo la he visto- contiene los restos de los tres Reyes Magos. En la catedral de Colonia se cuenta la misma historia. Bien puede ser verdad y no haber sucedido. En todo caso, desde el siglo IX, siguiendo el texto del venerable Beda, recogido por la tradición oral, y que ha perdurado hasta ahora, Melchor, anciano de barba blanca, ofreció el oro, como rey; Gaspar, joven y rubio, rasurado, incienso, como a Dios; y, Baltasar, negro y con barba, mirra, como a hombre.
Que los Reyes Magos nos traigan el mejor sueño: más empleo y más solidaridad para el 2011 que acaba de empezar. Podemos prescindir del oro y del incienso pero siempre nos quedará la mirra.