El Gobierno de la Nación ha dado vía libre a la privatización de las televisiones públicas tal y como había pedido Esperanza Aguirre. En principio, la medida parecería un alivio para las CCAA que «invierten» 1.200 millones anuales en mantener el circo mediático y propagandístico mientras el déficit supera los 2.500 millones. Eso, sin contad que la SEPI -es decir, el Estado- asumió 7.500 millones de euros de la deuda acumulada por RTVE entre 1990 y 2007.
El dúo Zapatero-De la Vega, desguazaron controladamente la televisión de todos para beneficiar a sus amigos de La Sexta montando una Corporación sin financiación suficiente. Echaron a la calle a 4.500 trabajadores, pusieron a un presidente octogenario y dejaron la Casa sin publicidad y en bancarrota económica y moral. Hoy RTVE no sabe cuántos trabajadores tiene y nadie sabe quién manda allí.
Prado del Rey es una ciudad fantasma habitada por zombies. Temen la venta, el cierre o el alquiler de canales. El miedo sobre el futuro se corta en el viento. De momento, el hachazo en los Presupuestos será de 200 millones este año. ¿Y el recorte de 2013? El panorama no es muy diferente en las televisiones regionales. Cuando el presidente Bono puso en marcha poco antes de entrar en este siglo la radio y la televisión regionales bien sabia que era un juguete roto y caro. A día de hoy los castellanomanchegos no hemos llegado a saber cuánto ha costado la Corporación.
Como no hay compradores en el horizonte, lo sensato sería reducir gastos, desprenderse de los carísimos derechos del fútbol, modificar el Estatuto para que entren en el accionariado entidades públicas y privadas y se opte por una televisión educativa donde la Universidad, la empresa y la formación continua compartan espacios con el aprendizaje de idiomas, las redes sociales, la educación y la sanidad a distancia, el turismo, el medio ambiente y el mundo rural. Es la única fórmula de que el gasto radiotelevisivo tenga un rendimiento social. Claro que mientras se subvencionan las teles públicas no es fácil explicar recortes en sanidad y educación, la subida de impuestos o la rebaja (temporal) de las pensiones. La burbuja televisiva hay que pincharla porque se sustenta en el mismo derroche que el AVE (a todas horas y a todas partes), el fútbol de las estrellas o los aeropuertos peatonales.