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arsenia tenorio/pasión por crear

EN PROPIA VOZ*- In memoriam                      

     Arsenia TENORIO / LA PASIÓN POR CREAR

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Por Antonio REGALADO

A los tres meses de edad, toda mi familia nos trasladamos a Montijo en la provincia de Badajoz. Allí aprendí a hablar y a aspirarla la “h”. Y digo “hacha”, y “jigo” y “jiguera”… acento que sigo arrastrando, enredado en mi lengua. Pero mi corazón es de Castilla, es de La Mancha, es de Toledo.

De pequeña pasaba grandes temporadas aquí, en Retamoso de la Jara, Toledo, donde nací el 15 de agosto. De ahí, mi nombre, Asunción. En estas calles, en estos “regueros” y riachuelos, con sus aromas de primavera y verano, yo era feliz.

Me gustaba y me gusta el lugar; es un valle rodeado de montes lleno de retamas y olivos; de tierras áridas y pardas donde mi imaginación volaba y volaba día tras día, transcendiendo los cerros en busca de otros espacios más abiertos aún. 

Me gustaban y me gustan sus gentes. Recuerdo, con devoción a mi tia Inocencia, tan mayor siempre y siempre tan generosa y hospitalaria. Su chorizo casero, hecho con sus propias manos, sabe tan la tierra que, tres décadas después, no he querido ni he podido olvidar el olor y el sabor inconfundibles de su matanza, curada con frío serranos y cariño, con mucho cariño artesano. 

En Retamoso aprendí las primeras letras; en el colegio me gustaba el color y la luz… ¿Y el dibujo? Entonces no me decía nada esa palabra; no conocía nada con ese nombre. 

Sentía transformar lo que veía; perseguía sombras, miraba las hojas moverse con los vientos… Cada tiempo tenía y tiene aún en ese pueblo pequeño y perdido, su propia luz, su reflejo propio y su propio sueño. Y yo, yo estaba allí para vivirlo en plenitud 

         “La pintura me ha hecho vivir ilusiones

         indescriptibles y hasta morir de hastío.

         Lo más prodigioso -y lo que nadie entiende-

         es que tú no eliges a la pintura; es ella

          la que te elige a ti”

La pintura, lo firmo ante la puerta de la que fue mi casa de la infancia, en este viaje ex profeso para encontrar la niñez, siempre ha sido es y será algo bonito y perverso a la vez, que nació conmigo y que conmigo morirá; algo que tuve que descubrir sin saber qué nombre tenía. Ahora sí que lo sé: se llama a creatividad. Creer y crear. La unidad. El todo. La nada. El principio y el fin. Los desiertos. El universo. Dios. El hombre. El ser humano.

Cuando empecé a pintarrajear todo lo que se me ponía por delante, siempre me regañaban: “no hagas cosas raras, y no pintes tanto que te van a decir de mote “pintamonas”. 

– Y a mí, ¿qué me importa?-, me decía.

Pintar es mi vida. Los lienzos son los hijos que nunca tuve; los colores, las sonrisas que me han negado. Cada cara sin rostro es una historia escrita contra el tiempo… personas anónimas, buenas gentes; la silenciosa mayoría, la inmensa mayoría de la habla Luis Cernuda. Seres que pasan por la vida, sintiendo ambición tan legítimas como perseguir una quimera, un ideal, un imposible las más de las veces.

Siempre he querido a las personas mucho. Con todo mi corazón y con toda mi alma. A menudo, en demasía. Quizás, porque siempre he estado muy sola… Un artista es un ser solitario. Todo el mundo debe caber en un lienzo en blanco, al atardecer. Y ese miedo escénico produce soledad… una terrible e inmensa soledad. 

Paralela y paradójicamente, cuando tomo los pinceles en mi mano siento poder. Un poder absoluto. Es un poder real, mágico, incontrolado… Un poder que te transporta hacia un lugar real también que únicamente existe en tu imaginación. Es la “cumbre”, el Everest pictórico. El mundo entero parece estar a tu alcance; tienes el mundo en tus manos. Y a tus pies. Y al llegar a la cima, vuelves a estar tremendamente sólo.

Pintar es un desafío, un desasosiego, una inquietud, una actitud cuasi mesiánica… es arrancar parte de ti mismo para volcarlo en un espacio vacío, limitado, recurrente, pero, al mismo tiempo, inmenso e infinito. Una inseguridad permanente. Todas las contradicciones las vive el artista ante la obra inacabada. Y cuando se da por terminada, vuelven de nuevo las dudas a recorrer las entrañas, buscando otras soluciones alternativas de belleza, que siempre las descubres con el paso de las estaciones. Demasiado tarde; así es cómo la ansiedad va minando el alma atardecer tras atardecer.

Luego, uno tiene que asimilar que siempre se pinte el mismo cuadro, como siempre se escribe la misma historia… Pintar o escribir es dar a luz, y, por tanto, es un parto con dolor, lo que uno lleva en las entrañas; las glorias y miserias de uno mismo. Cada obra es una confesión interminable. Y también una derrota inconfesable.

El plástico, ese plástico blanco de las bolsas al aire que tanto manipulo y tanto juego me da, me obsesiona desde la pubertad. Siempre son mujeres que esperan algún milagro en su vida daría, un milagro que nunca sucede. Esperan en todas partes y a todas horas que se llenen esas bolsas de sueños e ilusiones. Es una espera heroica e inextinguible.

           Un artista es un ser solitario.

           Todo ese mundo debe caber en un

           lienzo en blanco, al atardecer.                        

          Y ese miedo escénico

           produce soledad…

           una terrible e inmensa soledad.

  

Los verdes de mis cuadros, verdes fuertes, me sumergen en un mundo de fuerzas otidianas con trazos valientes y decididos, intentando atrapar todos los despertares. Es una reyerta contra nadie, incluso es otra manera de vivir sin ataduras. Me identifico mucho con el verde. Y con el viento.

¿Y la ternura? ¿Dónde encuentra una artista el instante eterno para la ternura? Es cierto que intento arropar mis personajes de ternura, esa asignatura pendiente de nuestra generación, curtida en los albores de la Transición y en las libertades sin ira. Que lo consiga, es otra cosa. Pero, a fe que lo intento desesperadamente.

Desde mi adolescencia, quería llegar hasta Bellas Artes. Allí -me decían- enseñaban a ser pintor y yo quería pintar, sobre todo pintar; más que ninguna otra cosa, pintar.

Llegué a Madrid, me acogieron unos parientes, pero en realidad aproveché para encontrar trabajo en el Hospital Clínico y preparar mi ingreso en la Academia de Bellas Artes De San Fernando.

Comenzaba el día a las 6:30 de la madrugada y regresaba exhausta a casa a las 10 y media de la noche. La situación se hacía insostenible así es que decidí simplificar mi vida: hospital -un hospital con niños- o pintar. Pintar soñando o, quizás, soñar pintando. Tal vez morir… de amor a los colores.

Cada vez que paso por la plaza de Cristo Rey, me hago la misma pregunta: ¿qué hubiera sido de mí si no hubiera tomado la decisión de romper con todo el mundo sanitario y nunca hubiera podido pintar?

– En verdad, no acierto a responderme. Aún hoy, después de cientos de lunas sobre los océanos, veo dibujado en mi pasado momento exacto en el que decidí solo trabajar para comer y dedicar el resto del tiempo a los pinceles. 

-¿Qué impulso interno determinó mi vida y en qué instante? No debió ser fácil aquella decisión desdibujada todavía en mi mente y en mi corazón, pero bendita sea.

Descubrí entonces a Chagall, a Paul Klee a Bacon y a Naranjo; y a Barjola, a Mondrián, a Gross y a Gris. Simultáneamente entraron de golpe en mi vida, el teatro conceptual, el templo de El Prado y, cómo no, las genialidades de Pablo Picasso y de Salvador Dalí.

Conocí luego a Juana Mordó en unas circunstancias especiales; Juana sabía lo que era el arte y Gloria Fuertes me descubrió toda su humanidad. También conocí al maestro Benjamín Palencia en las tertulias de Toisón Y el escultor Juan de Ávalos.

Vas de un artista a otro; vives y sientes cada forma, cada estilo… y disfrutas; y el alma… se te va abriendo en canal.

Y, mientras me emborrachaba de pintura con todos los acentos y formatos, discurría ante mí la sociedad decadente del franquismo. Se respiraba en aquel Madrid de los sesenta la falta de libertades e injusticias. Y en ese escenario, llega el amor primero y, a renglón seguido, los desengaños e incluso el desamor. Tiempo para desencuentros interiores. E ibas quedando así “marcada” para siempre…

            Gracias a la vida, pese a todo.

            He hecho lo que he querido.

            Soy lo que quise ser.

            Y me siento pintora, solo pintora.

Creí, en todos los errores. Y -lo que es peor- permanezco en ellos todavía, porque la pasión enajena los sentidos. Y obnubila las conciencias. Por ello, incluso a pesar de ello, pintar se ha convertido para mí en una enfermedad enamorada.

He recibido premios y honores en Arco (Madrid), Singapur, Amsterdam, Chicago… y decepciones sonoras y silencios que me persiguen como sombras chinescas.. Luces sin sombras. He ahí el secreto. Así es mi trabajo; Así es mi vida.

La pintura me lo ha dado todo y todo me lo ha robado. No hay término medio ni virtud en este oficio de “ajuntar colores, formas y sentimientos”.

Mis obras favoritas son, Bodegones para Singapur, Vida de Isabel Mora, Exposición sobre El Quijote y Exposición sobre el plástico. Y los toros.

Mi dedicación al mundo del toro no fue casual: la atracción fatal con el arte de Cúchares me viene de pequeña; me apasionaba el color de la Fiesta, el valor de los matadores, la sangre, la vida, la muerte… Es una ceremonia de colores imposibles que degusto temporada tras temporada, principalmente en la plaza de las Ventas, en la catedral de la Tauromaquia. Un espectáculo de riesgo y de lucha tan cruel y real como la misma vida. Un universo del que merece la pena levantar acta porque su arte se escribe con sangre y arena.

Ahora resido aquí, en Quero, Ciudad Real, en el corazón de La Mancha, al sur del sur de Madrid, casi en la mitad de la nada. Desde esta llanura inmensa viajo asiduamente a la capital del Reino para ver cómo y por donde se mueve el mundo de los colores, de los pinceles y de los marchantes. Viajo por no morir de hastío. Mi mundo está limitado por las cuatro paredes de mi estudio donde trabajo en libertad sueños libertad e, incorregible de mí, sigo equivocándome en libertad.

Me quedan media docena de amigos -ninguno dedicado ni al arte ni a la vanidad- y me sobran otoños, muchos de ellos perdidos. Me falta tiempo, – el tiempo es el mayor dictador en especial para las mujeres-, para regalarme un descanso con despertares placidos bajo las lunas de los mares del sur.

Solo, eso sí, para tomar impulso y seguir pintando, porque para mí, pintar es una batalla permanente por la creatividad y ya aprendimos hace tiempo que mientras se lucha no se fracasa.

Perdonen las molestias, mis queridos amigos, por este monólogo tan excesivo. Pongo aquí y ahora punto y final a este autorretrato casi en blanco y negro, escrito en cuartillas como las de antes, con los pinceles de la honradez empapados en los colores etéreos de la sinceridad. Yo apenas sé escribir, bien lo sabéis; solo junto sobre un lienzo colores y volúmenes que me han encadenado durante cuatro décadas a un caballete. Gracias a la vida, pese a todo. He hecho lo que he querido. Soy lo que quise ser. Y me siento pintora, solo pintora. Mi privilegio es que, como explicaba el principio yo no elegí la pintura; fue la pintura la que me eligió a mí.

En cuanto a mi firma… a todos debo una explicación. Y hoy quiero darla; Arsenia es el nombre de mi madre; además de robarle el nombre le he robado su segundo apellido, Tenorio. Para mí era todo un personaje. Irrepetible. Era -lo confieso- mi personaje favorito. Asunción es solo el recipiente. Gracias, madre. Y gracias a todos los dioses por haberme sido tan propicios. 

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* Guión literario del programa EN PROPIA VOZ, emitido en TVE-

* CASTILLA-LA MANCHA en junio de 2001.

 

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