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Visitar el nuevo Metropolitano me ha reconciliado
con mis primeros cinco años dedicados al periodismo
deportivo. La vida re reduce a una palabra: pasión.

VOLVER AL ATLÉTICO

Mañana soleada de septiembre. 17 grados. El metro camina veloz hacia la nueva estación del Metropolitano con final en Hospital del Henares. Un acierto colgar de las paredes los escudos del Atlético de Madrid en un lateral y fotos históricas en el otro. Da la impresión de que han estado allí desde toda la vida. Los aficionados colchoneros van inundando todos los espacios. Al salir al descampado parece que hemos llegado al fin del mundo. Pero no. Procede entrar en la tienda. Inmensa. El color rojo deslumbra. Las compras se disparan. Las nuevas camisetas no son baratas pero los sentimientos se compadecen bien con la cartera.

En el Paseo de la Fama, frente a la puerta central, los nombres de todos los jugadores que han participado en más de cien partidos y han protagonizado la historia del club. Una excelente idea que conecta a varias generaciones de futbolistas. Luis, el gran mago de Hortaleza es el más venerado. Unos admiradores encienden dos velas, -una blanca y otra roja-, recordando un peregrinaje hacia el pasado glorioso. La bandera rojiblanca rompe el cielo azul sin una brizna de viento que descubra el nuevo escudo con un oso renovado.

Familias enteras, -padres e hijos, abuelos y nietos-, disfrutan de los prolegómenos del partido paseando por la explanada que conecta a un aparcamiento insuficiente. Mucha cerveza y mucha música rock para calmar la ansiedad. El Sevilla no es un rival menor para este segundo encuentro en el nuevo estadio Wanda-Metropolitano. Varios rostros chinos y gente muy joven. Sabia nueva. Hermosas mozas enfundadas en camisetas colchoneras y damas otoñales recuperando, a lo peor, tiempos perdidos. Allí nadie es más que nadie. Se vive un sentimiento verdaderamente comunero… de comunión rojo y blanco.

Circo romano

Quince minutos antes del inicio, aparecen los nuevos gladiadores del Siglo XXI en el césped. maravilloso tapiz verde para un estadio de película. El locutor los nombra uno a uno. Y la hinchada los corea como si estuviéramos en Corea, del Norte, naturalmente. Un circo romano en ebullición permanente durante cien largos minutos. Resulta curioso observar al fondo este, comportándose con una única identidad y gritando con una sola voz -y una sola alma- ante las decisiones del colegiado. ¡AÚPA ATLÉTICO! No hay razonamiento que valga. Puro sentir rojiblanco. Todo vale para alcanzar el objetivo: la victoria final que se retrasa.

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Gol y victoria
La muchedumbre ruge con más fuerza, si cabe, en la segunda parte. Pero el gol de Carrasco en los primeros minutos abre la puerta a la esperanza. Luego, Antoine Griezmann marca el segundo. Y la cuenta atrás resulta algo más relajante.

El jugador francés entró el la historia al marcar el primer gol en el nuevo templo rojiblanco a mediados de mes. El Sevilla intenta contrarrestar el empuje de los pupilos del “Cholo Simeone” pero se estrella en el muro defensivo del área grande. La victoria se celebra como una final de Champions. La fiesta continua en los alrededores del coliseo. Un coliseo para desatar pasiones durante al menos un par de siglos. Los jerarcas del Atlético han configurado un equipo sin complejos. Una empresa con grandeza.

Inicios deportivos

Era una ocasión inmejorable para volver al fútbol. Apoyado en la barandilla de la zona VIPs, recordé mis inicios profesionales deportivos en el semanario PUERTA DE MADRID -enhorabuena, Sandalio por estos primeros 50 años de vida-, de Alcalá de Henares. Entonces los partidos de Tercera División se jugaban los domingos. Y allí estaba yo levantando acta de la actualidad. Como la crónica se editaba el sábado siguiente, solía ir al Bar Coimbra, bajo los soportales de la calle Mayor a desayunar y a escuchar calladamente lo que opinaban los lectores. Algunos estaban de acuerdo y otros, los más, me acusaban no tener ni idea de fútbol. Puede que tuvieran razón.

Mi experiencia no era extensa: jugué con el número 10 en el equipo de los Trinitarios de Alcázar de San Juan. Yo era un enclenque y mi habilidad consistía en disparar continuamente a puerta en toda melé que se desarrollaba en el área pequeña. Tenía fama de goleador pero solo era un oportunista. Mi carrera se truncó dos años después en La Ferroviaria de Valladolid -ya federado- donde un defensa rival casi me rompe la rótula en el segundo partido del campeonato.

En la antigua Complutum, aprovechaba la grada de preferencia para conocer a visitantes ilustres como Luis Folledo, el boxeador de Las Ventas que se estrelló frente a Papp y Benvenutti por la corona europea de los welter a mediados de los 60, pero con una carrera brillante de más de 100 combates, (49 por K.O.) y tan sólo 6 derrotas. Un valiente del cuadrilátero que tuvo valor para enfrentarse, además, a los toros y al cine.

Exclusivas en ND

Años después, de becario en el desaparecido NUEVO DIARIO (ND) , desarrollé una actividad deportiva muy reconfortante que me permitía asistir a los partidos del Real Madrid y del Atlético. Una tarde otoñal, Ramón Melcón, jefe de Deportes, me llamó y me dijo: en unos minutos el Real Madrid se concentra en el hotel Eurobuilding.

“Acércate a Pirri y dile, de mi parte, que te presente a los dos nuevos fichajes”. Nosotros estábamos en el Edificio Azul, justo en la calle Padre Damián. Al otro lado de la calle. Y allí estaban dos muchachos llegados de provincias: Vitoria y Camacho. Así que me cupo el honor de ser el primer periodista que entrevistó al gran seleccionador nacional y a su compañero con gran cabreo de Marca y AS que no entendían cómo ND había conseguido tamaña exclusivas. Paralelamente, mis entrevistas con los argentinos Ayala y Heredia -dos exclusivas por el precio de una- me garantizaron aquel año mi colaboración semanal poniendo en marcha el PARTIDO DE LA TELE, cuando la televisión era única y el fútbol era solo fútbol.

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Melcón era un tipo con los mejores contactos y al más alto nivel, que distribuía a su antojo. Y confió en mí como lo hacía con Antonio Cubero, un todoterreno deportivo que junto a José Carlos Diez, conformábamos un equipo imparable, junto a colaboradores experimentados como Olias, Mora y Santiago Galaz, con cuya hija, Mabel, se me abrieron de par en par las puertas del Hipódromo de la Zarzuela. Entrevistar en su residencia de la Avenida de Valladolid a Claudio Carudel, el mejor jinete español de todos los tiempos, resultó enriquecedor porque detrás del campeón descubrí a una excelente persona.

En aquellos años, ya en RNE también, descubrí el tenis y el atletismo. ¿Se imaginan la emoción que supuso para mí entrevistar en el campo de atletismo de la UCM a mi paisano Alvaro González, campeón de España de los 600 metros lisos, o a Vicente Paniagua, recién llegado al Madrid de Raimundo Saporta a quien admiraba cuando jugaba en nuestra Academia Balmes, de Alcázar, entrenados por el gran Antonio Diaz- Miguel? En un despacho de la sala de trofeos del Bernabéu me recibió don Santiago para realizar un perfil humano en CARTA DE ESPAÑA.

Minuto y resultado

En aquel tiempo, tuve el privilegio también de contar la crónica del primer partido de baloncesto que enfrentó a la selección del Real Madrid con la de China. Y durante casi dos temporadas intervine telefónicamente en Radio Peninsular para relatar minuto y resultado de los partidos que el Rayo Vallecano jugaba los domingos en el campo de la Avda. de las Islas Filipinas. Allí lo más agradecido era el ambiente: los actores José Bódalo, Pepe Rubio y el periodista José María García caldeaban la mañana, ora en invierno ora en primavera. El árbitro, culpable. Nunca faltaba el carajillo que alguien llevaba y que compartíamos solidariamente.

Los reporteros -allí conocí al gran Juan Manuel Gozalo- acudíamos a las duchas para recabar declaraciones de entrenadores y goleadores de la jornada que luego plasmábamos en unas columnas amparadas bajo el título de VESTUARIOS.

Tras redactar y grabar decenas y decenas de contenidos en el SERVICIO TELEFÓNICO DEPORTIVO de RNE, después de aprenderme en cinco minutos en las pistas de la Casa de Campo las reglas del tenis para dar los resultados del Orantes-Panatta, culminé mi trabajo deportivo en el 77 firmando en ND la crónica del partido homenaje a Rodri, el gran portero del Atlético de Madrid. Vitoria de Setúbal, O- Atlético de Madrid,1. Gol de Abelardo, creo.

Un movimiento interno en Radio Nacional, auspiciado por el equipo de Lalo Azcona, me permitió cambiar el rumbo y el ritmo de mi trayectoria profesional, incorporándome al buque insignia ESPAÑA A LAS OCHO.

A veces -algunas veces- me pregunto qué hubiera sido de mí si hubiera seguido mi carrera junto a maestros como Joaquín Ramos, Joaquín Diaz Palacios, Fernández Abajo, Pedro Ruíz, Gregorio Parra -gracias por todo, querido compañero y, sin embargo amigo,- Santiago Peláez, José Angel de la Casa y Jesús Alvarez Cervantes

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Pasión por contar la verdad

La respuestas quedaron escritas en el aire durante casi tres décadas en más diez mil crónicas de información política. Casi 18 años de información parlamentaria, entre Congreso y Senado justifican sobradamente mi retirada del periodismo deportivo. Mi amistad personal con Adolfo Suárez en los heroicos tiempos del CDS y el elogio personal de Matías Prats (padre) tras escuchar una crónica mía en un Boletín Informativo -“ha sido clara y breve”, dijo, “eso es lo importante, que te entienda la gente”-, me enseñaron que este oficio de periodista es el más hermoso del mundo, sobre todo cuando tu norte son la independencia y la verdad.

Ahora que los otoños se suceden con tanta rapidez, al “volver al Atlético”, al regresar al universo del fútbol, he sentido la llamada a mis orígenes profesionales. Tuve suerte porque he dedicado mi vida entera a contar lo que he visto, he vivido y he sentido. Lo he contado en libertad, sin condiciones. Mirar hacia atrás sin ira ni nostalgia reconcilia con el futuro. En eso estamos.

En los últimos 40 años mi vida ha girado en torno a la política nacional. Pero los inicios deportivos -cinco años hermosos y eternos-, cimentaron mi pasión por este oficio de juntar palabras, voces e imágenes. Periódicos, radio, televisión… me gusta el periodismo -incluso el digital-, porque es efímero como todos los amores. Incluso cuando duran una vida entera.

Me prometo a mi mismo que volveré al nuevo y eterno Wanda-Metropolitano, el nuevo circo romano del siglo XXI. Gracias por haber reverdecido mi periodismo deportivo. ¡ Aúpa Atlético¡

 

 

 

 

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