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la fuerza del tiempo

Foto de familliaEncuentro de alumnos trinitarios en el corazón de la Mancha: Alcázar de San Juan (Ciudad Real)

                               LA FUERZA DEL TIEMPO

                                                                         Por Antonio Regalado*

CASI  un centenar de personas (trinitarios, ex alumnos y familiares) acudimos a la llamada de Alcázar, ese lugar de La Mancha del que nunca hemos querido olvidar. Entre 1954 y 1998, cientos de jóvenes nos formamos en el Seminario de la Santísima Trinidad. El encuentro,  más de 50 años después, demostró que el espíritu que se nos inculcó en la juventud ha marcado nuestras vidas. Por ello, era el momento de dar las gracias a los PP. Trinitarios, herederos directos de San Juan de Mata, por la educación recibida en aquel tiempo de hambre y alpargatas y que tanto nos sirvió al regresar a la vida seglar. Y también era el momento de felicitarnos a nosotros mismos, cara a cara, y abrazo a abrazo  por volver a encontrarnos después de  más de seiscientas lunas llenas.

   No es fácil transmitir en unas líneas las emociones acumuladas. ´¡Dios mío, cómo, cuánto y de qué manera ha pasado el tiempo sobre todos nosotros¡ Y ahí estábamos, en el patio del colegio, a primera hora del sábado,  llegados desde todos los rincones de España, haciéndonos la foto de familia en el mismo sitio donde empezamos a soñar hace ya medio siglo, bajo un eslogan acogedor: BIENVENIDOS A CASA. Y la cruz trinitaria -rojo vertical, azul horizontal sobre fondo blanco-, recordando que lo esencial de la Orden (libertad, fe, ética, austeridad) sigue vivo. Fue hermoso respirar de nuevo el aire del seminario. Los recuerdos se agolpan  en la mente y en el corazón: muros, corredores, escaleras, pianos, cine, dormitorio interminable, capilla, refectorio,  Gila con sus guerras en vinilo a 33 revoluciones por minutos, las primeras fotos en blanco y negro y los paquetes de casa por Navidad… Una desmesura de sensaciones retrospectivas al alcance de la mano. Las palabras del Padre Provincial, Antonio Jiménez, haciendo un llamamiento a la unidad y una invitación a seguir  haciendo camino, -camino trinitario-, nos  reconfirma en que lo mejor de aquel tiempo sigue vigente.

En la Eucaristía, el Padre Antonio, que nos cooptó a buena parte de los aspirantes en los pueblos más pequeños de Castilla la Nueva, Murcia, Extremadura y León,   recordaba que  esta sigue siendo nuestra casa paterna y nos alentó a tomar un nuevo impulso sin avergonzarnos de dar la cara por nuestros principios cristianos.

A la hora del Ángelus, en el salón de actos, un montaje digital de Francisco Bermejo, nos permitió revivir en color sepia con música de fondo, los mejores momentos de nuestra vida. Pasaron  en un suspiro,  50 años de golpe.  En nombre de todos, Marcial Álvarez, profesor de los Jesuitas en León, -y el mejor estudiante del curso 60-61-, recorrió en diez minutos aquel tiempo de estudios, rezos y juegos. Porque a estos tres verbos  estudiar, rezar y jugar  se reducía nuestra existencia en aquella década prodigiosa de la transición del subdesarrollo al seiscientos. El fútbol era, tal como hoy,  el deporte rey. Y allí aprendimos  con el maestro  Díaz Miguel, el Padre Juan María y los hermanos Paniagua, pioneros en España, los primeros secretos del baloncesto. La Balmes era el mejor equipo de la Región y nosotros nos sentíamos orgullosos de apoyarla cada sábado y domingo. A veces el castigo consistía en no ver el partido. Emociona ver en el mismo patio, los frontones y las canastas e imaginarnos jugando como entonces. Ya lo dijimos y lo reiteramos: cincuenta años no es nada.

Tras el almuerzo comunitario,  sabroso y frugal, más presentaciones y más abrazos con amigos que tanto cuesta recordar aunque todos sigamos unidos por la misma experiencia trinitaria.  Ya lo presintió  Sabina, ¿cómo pueden caber tantas vivencias en una crónica de urgencia? Recuperar en unas horas medio siglo atrás, resulta una quimera pero las ilusiones nos han traído hasta aquí y regresamos con la sensación de haber recuperado el tiempo perdido. 

   Al padre Ledesma, promotor de la iniciativa y uno de los dos escogidos entre los 63 alumnos del curso 1960 al que yo pertenecí,  no le faltaron, como es lógico, ni un recuerdo ni una oración por los ex alumnos que han viajado definitivamente a la otra orilla. Su ausencia la llenaron esposas e hijos que quisieron celebrar esta efemérides -50 años no es nada- como si ellos mismos también hubieran estado aquí en aquel tiempo donde el horizonte más cercano era ser misionero de la Orden en Madagascar o Latinoamérica. Destaco con emoción contenida la presencia de Conchi, esposa de José María Hernández y de sus tres hijas Camino, Lourdes e Inmaculada que no han podido evitar las lágrimas. Como exclamó Pedro en el Monte Tabor ¡Qué bien estamos aquí¡

Los trinitarios rescataron a Cervantes de las mazmorras de Argel y a todos nosotros del analfabetismo del subdesarrollo ofreciéndonos junto a la isla de Barataria, la primera igualdad real de oportunidades: estudiar el bachillerato del 57. Es creencia general que el paso por el seminario nos ha hecho a todos  mejores ciudadanos y mejores personas. Por todo ello, ha merecido la pena volver a casa para decir, sencilla y humildemente a los PP. Trinitarios, gracias.  Volveremos a Alcázar, cruce de caminos a todas partes; volveremos a ese lugar de La Mancha de cuyo nombre sí queremos acordarnos. Volveremos para renovar con la fuerza del tiempo pasado, el cariño y de la amistad acumulados y proyectándolo durante otro medio siglo.

 El encuentro terminó en la estación con fotos para el recuerdo,  en un intento de recuperar el tiempo pasado (que no perdido); antes, visita al cerro para divisar las inmensas llanuras de la Mancha y charlar animadamente a la sombra de los molinos de viento restaurados.

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­­*Antonio Regalado es periodista y fue alumno de 1960 a 1964.

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estudiar, jugar, rezar

 EN  nombre de todos los congregados, incluso de los ausentes, tomó la palabra Marcial (mayalde, Zamora, 1948) cincuenta años y dos días después de aquella llegada histórica y  nocturna a Alcázar tras un viaje inolvidable: Salamanca-Madrid-Alcázar, con penúltima parada en Villacañas.  Bien oiréis lo que nos dijo:

ESTUDIAR, JUGAR, REZAR.

Por Marcial Alvarez*

 Queridos P. Provincial y demás sacerdotes trinitarios.

Queridos antiguos alumnos y familiares acompañantes;

a todos, un cordial saludo.

La celebración  del cincuentenario nos ha reunido en este lugar de La Mancha, de cuyo nombre jamás quisiera olvidarme. Los organizadores me comunicaron que habían pensado en mí para que, cómo antiguo alumno, dijera unas palabras. Acepté la invitación y prometí ser breve. Estoy convencido de que en reuniones de este tipo, los momentos más interesantes son los de convivencia espontánea, los encuentros informales.

Hace unos días me puse a repasar los años de seminario. Escribí varias hojas y, después de podar y podar, esto es lo que  salió.

En el seminario estuve cuatro años, y los enmarco entre estas dos fechas: El 16 de septiembre de de 1960 (concentración en Salamanca) y el 28 de junio de 1964 (despedida en el Santuario).

En la estación de Salamanca nos habíamos reunido los de la zona para emprender juntos el viaje. Por las caras, bien se sabía quiénes eran veteranos y los que éramos novatos. Entre el trajín propio del momento, un veterano, derrochando simpatía, se afanaba por animar a los nuevos. Se me quedó grabada esta frase: “¡Ánimo muchachos, no os preocupéis, veréis que bien os la vais a pasar en el seminario”!. ¿Sabéis quien era ese veterano? Pedro Fernández Alejo. No sé si estará por aquí. Seguramente él ni lo recuerde. Al fin y al cabo, tampoco tiene tanta importancia. Sin embargo, para algunos, sí que la tenía. Gracias Pedro con 50 años de retraso.

A Alcázar llegamos en torno a las 12 de la noche. Fuimos andando desde la estación. Las maletas nos las llevaron en un carro y  directamente nos fuimos a la cama. La noche se me hizo eterna. Cuando tengamos más tiempo os cuento los apuros que pasé.  

Los primeros días tuve la sensación de estar en otro mundo. Comparaba la pequeña casa del pueblo con la mole del seminario. Nos decían que el seminario era una gran familia y yo no entendía cómo podían establecerse lazos familiares entre personas que no nos conocíamos de nada y además  éramos de sitios tan distintos.

 En esos días primeros bastante teníamos con intentar adaptarnos y a nadie le puede extrañar que ocurrieran cosas raras, dando lugar a anécdotas de todo tipo. Por ejemplo. Estaba yo en un grupo al que se acercó el P. Andrés. Nos iba preguntando el apellido y nos decía la región de donde procedía. Asombrados estábamos de tanta sabiduría, y yo deseando que me tocara el turno. Cuando le dije que mi apellido era Álvarez, la contestación fue rápida y rotunda. “ese apellido es ruso”. Me quedé de piedra, Mejor no haberlo sabido. A mi los rusos no me caían nada bien, pero a mi padre, mucho peor. Y ahí estaba el problema. ¡Madre mía! ¿Cómo le digo ahora yo a mi padre que tenemos apellido ruso? No lo comenté con nadie. Hice bien, porque al día siguiente, dándole vueltas a la cabeza, entendí la broma.  La verdad es que sentí un gran alivio, sobre todo, por mi padre. Yo me dije: espabila, Marcial, que aquí no te puedes fiar ni de los frailes.

Terminé adaptándome pronto y bien. El comienzo de las clases contribuyó favorablemente. Me esperaban cuatro años maravillosos: lo pasé muy bien y terminaron siendo decisivos para mi formación humana, cristiana y académica. La vida cotidiana se puede resumir en estos tres verbos: estudiar, rezar y jugar. Pasábamos los días conjugándolos y esforzándonos por hacerlo cada vez mejor. Sigo pensando que el más fácil era el verbo jugar; pero vayamos con cada uno de ellos.

Estudiar. El que más tiempo nos llevaba. Yo prefería las asignaturas de letras, sobre todo, el latín. ¿Cómo podía imaginar entonces que durante más de 25 años estaría dando clases de latín en el colegio de León? En más de una ocasión he soñado que estaba de profesor aquí, en Alcázar. Cada vez que tenía que explicar el ablativo absoluto me acordaba del P. Antonio. Si mis alumnos, al declinar, no pronunciaban con claridad la última letra recurría a esta  anécdota. (Preguntó el P. Antonio la declinación de puer pueri a un compañero nuestro que apenas vocalizaba. Respuesta rápida. ( N.V….). Cuando terminó, el P. Antonio le dijo: creo que te has comido un caso. Contestación, un puer más).

En general creo que había una alta motivación para el estudio. Muchos de nuestros padres eran agricultores. Queríamos progresar, aspirar a otros oficios y/o profesiones. Para conseguirlo, lo mejor era estudiar.

Rezar. Apartado importante, teniendo en cuenta que la meta última era el sacerdocio. Con frecuencia se oye decir, entre los que han pasado por colegios de curas, que quedaron hartos de misas y de rosarios (algunos podrían añadir los trisagios). Yo no salí harto, pero tengo la idea de que en aquellas prácticas religiosas, se cuidaban más las formas que el fondo. Debo confesar que me distraía mucho, no sé vosotros, pero defiendo aquella costumbre de comenzar el día meditando y terminarlo con el examen de conciencia. ¿Acaso es malo pensar antes de obrar?  ¿Analizar lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal? 

Jugar. Jugar también era obligatorio. Cuando llegué al seminario, apenas sabía lo que era un balón. Me gustaba el frontón. Pero pronto me di cuenta de que el deporte rey era el fútbol y a él me aficioné como seguidor y como practicante. En Alcázar no tuvimos TV. Seguíamos los partidos por la radio con auténtica pasión. Recuerdo los eventos futboleros de aquellos años con tal precisión, que yo mismo me sorprendo. Tenía que elegir equipo. Los motivos no los sé, pero me hice del Atlético de Madrid. 

Como practicante, partía casi de cero. Sentía envidia sana de los compañeros que jugaban bien. Había  muchos y no quería decir nombres para no caer en olvidos,  pero  no puedo menos de dar el de M. Zornoza, albaceteño, por su estilo elegante  y práctico. Yo hacía lo que podía. Intentaba progresar adecuadamente para poder jugar en el campo del Alcázar.  Allí se jugaban los partidos importantes, en los que brillaba con luz propia el P. Juan María. Varias veces jugué contra él, y puedo decir que nunca me enfrenté a un marcaje tan difícil. Ni siquiera cuando, cuando en categoría juvenil, me tocó marcar a ese salmantino tan de moda, que no es otro que Don Vicente del Bosque. (Ya sé que jugábamos a más cosas, pero el tiempo…).

Para poner fin a este apartado de los verbos os recuerdo un pequeño conflicto en el que se enfrentaron el verbo rezar y el verbo jugar. Tuvo lugar en el Santuario. Siguiendo el horario, después de rezar el rosario bajábamos a jugar al fútbol. El horario parecía lógico: primero la obligación (rosario) y luego la devoción. Pero resulta que cuanto antes termináramos la obligación (rosario), más tiempo teníamos para la devoción. De ahí que la velocidad que le imprimíamos a las avemarías, a veces, era excesiva. Hasta que un día nos pilló el radar y del Coro salió un bocinazo del P. Andrés que a mí me pareció un trueno. “¿Qué formas son estas de rezar el rosario?. Ese día me tocaba a mí dirigir el rezo y, además, lo hacía desde el púlpito. Asumo que había razones para el reproche, pero también pienso que La Morenita, siendo reina y, sobre todo, siendo madre, no se molestaría por estas pequeñas travesuras. 

Y llegó el 28 de junio de 1964. Esa tarde Lolo Cabezas. Florio Torrecilla, Antonio Regalado y yo, nos despedimos de la Morenita porque nos íbamos unos días de vacaciones. En mi caso, la despedida fue definitiva.

 Agradecimimientos

 Los antiguos alumnos trinitarios, que nos sentimos orgullosos de serlo, queremos aprovechar esta jornada para dar las gracias a cuantos contribuyeron a nuestra formación.

 –          A la orden de la Santísima Trinidad como institución.

–          A los Padres y Hermanos Trinitarios que tuvimos como  profesores y/o maestros.

–          A los profesores seglares. Fueron pocos, pero de algunos bien que nos acordamos.

–          Al personal auxiliar y de servicios. No nos olvidamos de su trabajo, callado, pero imprescindible.

 A los compañeros Trinitarios:

 Nos sentimos orgullosos de los que un día fuisteis compañeros y hoy sois  sacerdotes Trinitarios. Muchos fuimos los llamados y pocos los elegidos. Pocos, sí; pero valientes.  Que el Espíritu Santo os siga iluminando en el cumplimiento de las tareas apostólicas que la Orden os encomiende. Contad con nuestra amistad y nuestra oración.

 Por la jornada:

–          Gracias a Dios porque hemos tenido la suerte de poder asistir a este emotivo encuentro.

–          Gracias a la Comunidad Trinitaria que tan cálidamente nos ha acogido.

–          Gracias a los organizadores ( P. Ledesma, Antonio y Santiago). Han trabajado mucho y bien para hacer realidad lo que hasta hace unos meses parecía sólo un sueño.

–          Gracias a todos los que os habéis atrevido a llegar hasta aquí para compartir nuestros recuerdos y emociones.

–          Gracias a los compañeros que hubieran querido estar y no han podido. A ver si hay otra oportunidad.

 Algunos compañeros se han mostrado reticentes y no han querido venir. A esos les decimos que los hemos echado de menos, que respetamos sus opiniones. Que sepan que si esto se repite y se animan a venir, serán recibidos con los brazos abiertos.

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*Marcial Alvarez es profesor en León y fue alumno trinitario de 1960 a 1964.

Nota Final: Nuestro agradecimiento a todos los ex alumnos y familiares que acudieron a este  encuentro en Alcázar de San Juan el 18 de septiembre de 2010  que tendrá continuación en el Santuario de Nuestra Señora de Cabeza en el otoño de 2011. Nuestro calor y agradecimiento especial a la familia de José María Hernández (a Conchi, su esposa; y a sus hijas, Camino, Lourdes e Inmaculada) porque su presencia signicó nada más y nada menos que que él sigue con nosotros. Y gracias también al Padre José María Ledesma, impulsor del encuentro, a Santiago Gómez, el coordinador que encargó de toda la logística y a Francisco Bermejo que realizó un DVD recogiendo todo el pasado compartido. Como bien recordaban el P. Vicente, rector de la comunidad y el P. Provincial, Antonio Jiménez, algo tiene este lugar de mágico para volver de nuevo tantos años después. Como señalaba el eslogan: ¡Bienvenidos a casa!

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Un cántaro nuevo de valores

                                                         Por Antonio Moldón Ferreras* 

 LA bienvenida que os quiero dar no es tanto al lugar geográfico, o al edificio que os acogió en su día, cuanto a la fuente, al origen que de alguna manera orientó vuestras vidas, que cambió el rumbo de vuestros proyectos juveniles.

 Después de tantos años de ausencia, es natural que volváis con la curiosidad con que llegasteis al Seminario hace ya muchos años. Pero creo que aletea en vuestros corazones un sentimiento de cariño hacia estos vetustos muros que, dentro de la austeridad con que os recibieron, lograron imprimir en vosotros una sensación de bienestar, algo así como de casa paterna, como nos sucede cuando vamos al pueblo y volvemos a contemplar las paredes de la casa paterna, paredes o muros cargados de  años que fueron testigos de nuestros primeros balbuceos a la vida y hacia los cuales guardamos un recuerdo entrañable.

 Volver a vuestro Seminario no es tan solo volver a contemplar el campo de vuestras antiguas actividades: el salón, las aulas, el comedor, el dormitorio y no menos la capilla donde tantas plegarias elevasteis al cielo. Lo importante en este día es volver al lugar donde vuestra vida recibió un nuevo impulso hacia lo bueno, hacia una mayor responsabilidad, hacia un mayor compromiso en vuestros comportamientos, hacia una mayor madurez cristiana. Que hoy vuestra vida reciba un nuevo impulso, una buena dosis de ánimo para seguir por las sendas que os trazó el Seminario.

No veréis físicamente a muchos de vuestros antiguos formadores, pero podréis recordar aún su figura, su interés por vuestra formación, las horas que os dedicaron en las diversas actividades del Seminario, los sabios consejos que os dieron.

 Que vuestra visita al Seminario sea como volver con el cántaro a la fuente y llenarlo de nuevo de los valores que entonces os transmitió, y que estos valores os acompañen siempre en vuestro caminar por los senderos del cumplimiento de los propios deberes en los ambientes en que se va desgranando vuestra vida.

 Y si me permitis daros un consejo, os haría la recomendación del apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: «No te avergüences de dar la cara por nuestro Señor» (2Tim, 1,8).  Resumiendo todo lo que ahora quiero deciros, os repito el saludo de acogida que figura en la pancarta: ¿BIENVENIDOS A CASA!

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*Antonio Moldón, Padre Trinitario, es el actual responsable de la parroquia de la Santísima Trinidad y el principal cooptador de vocaciones del Seminario.